destino
22 abril, 2023

Destino: Introducción

Por Gara García

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CAPÍTULO 1

Querido Destino:
No respondes a mis deseos. No entiendo qué te ocurre ni la razón de obviar mi felicidad entre tus objetivos. He confiado en ti en la proporción que pensé que me recompensarías. Estoy perdiendo la fe para seguir el camino por el que me conduces y del que no he obtenido el beneficio al que aspiro cuando me refugié entre tus brazos. Ya dudo de tus buenas intenciones.
Me hiciste partícipe de una familia que me brindó seguridad y cobijo en la infancia, dándome a entender que tú serías alentador. Me pusiste a una amiga en el sendero de la adolescencia para facilitarme el despertar a la vida. Me regalaste un compañero con el que creé dentro de mí un ser especial que ocupaba mis milagrosos días contemplándole y educándole para que creyera en ti. Hiciste de mí una señora que aceptó el paso del tiempo dignamente. ¿Y ahora?, ¿qué pretendes quitándome la esperanza de vivir mis últimos días brindándome esta enfermedad que me hace olvidar todo lo que recorrí para llegar hasta ti?
Ayer, mi nieto Luis pasó con una amiga a visitarme y no fui capaz de recordar su nombre. Sentí su vergüenza cuando sus dos fuertes brazos querían rodearme y me aparté de él, gritando y dirigiéndome a la cocina para llamar a alguna vecina por la ventana pidiéndole ayuda. Él, suplicándome, decía: “Abuela, abuela, soy yo. Soy Luis. Calla, por favor.”
Mi marido acudió y me abrazó a pesar de mi resistencia. Mi nieto se fue y dudo que vuelva más. Tú, Destino, que hoy me haces sentir esta congoja. Tú, al que pacientemente cuidé para llegar viva a ti y ver crecer a mi descendencia. Tú que ahora me retiraste la satisfacción de comportarme demostrando lo que siento por mi familia. Tú que alargas mi existencia haciéndome perder el honor que coseché en vida. Me río yo de tus buenas intenciones y lloro por lo ingenua que fui al reservar lo mejor de mí para ti.
Pero no debo sentir rabia ni ira. Te perdono tu traición por todos estos años que olvido por momentos porque en el inconsciente, que no me llega a veces al pensamiento, tengo la sensación de haber sido muy feliz.
Mis padres, que aun no estando aquí presentes, me acompañan con sus miradas desde el cielo, después de educarme en la abundancia, diligentemente aceptaron que me casara con un hombre pobre que me dejó embarazada sin tener intención de convertirse en mi esposo. Mis padres ardieron de furia y su vergüenza les hizo intervenir haciendo que tú, Destino, inundaras de amor a Lucas juntando nuestras vidas. Y tú convertiste lo que podía haber sido una desgracia en una armónica vida llena de buenos momentos. A mis veinticuatro años llegó el bebé al que le inculqué que tú no le defraudarías.
No hubo celebración cuando contrajimos nupcias. Mis padres no me ofrecieron su ayuda económica en los cimientos de mi propia familia. Lucas trabajaba los veranos de socorrista en la playa de San Lorenzo, en Gijón. Nos conocimos en esta ciudad, formamos nuestra familia aquí y cuando nuestra hija Dalia se independizó, nos trasladamos mi actual marido y yo, guiados por ti, a una casita del concejo de Las Regueras.
Lucas tuvo que decidirse por buscar un trabajo que durara todo el año, dejando su juventud apartada a un lado. Afortunadamente logró, antes de nacer Dalia, que le contrataran en una copistería en la que sus horas transcurrían al lado de una fotocopiadora. Eso nos permitió alquilar un pequeño piso lejos del centro, lejos de mis padres. Yo abandoné mis estudios de química de los que solo me separaban del título cuatro asignaturas después de cinco años dedicados a la carrera. A pesar del giro que había causado en mi vida el conocer a Lucas y la austeridad en la que sobrevivíamos confiaba en ti, Destino. Sabía que pronto tú aparecerías con grandes proyectos y noticias alentadoras que harían que esas noches que vencían en la batalla de apagar la luz del día, terminaran. Esas luces que esperaba que tú, Destino, encendieras y, bajo la luna, soñaba despierta lo que en aquel presente solo era posible que se materializara durmiendo.
A pesar de la poca o ninguna ayuda de mis padres en aquel comienzo no quise perder el contacto con ellos. Me causaba un gran temor perderlos. Al mismo tiempo, les guardaba un débil rencor por dejarme caminar sola tras las consecuencias de mi irrevocable error.
Las semanas, aún lentas, fueron pasando y pronto recibiría el regalo que necesitaba para continuar viviendo: Dalia. Poco a poco aquel débil rencor se evaporó, aunque no olvidaba la actitud que habían tomado mis padres conmigo aquellos largos días de abandono. Y no dudes de mí, Destino, cuando te cuento que se evaporó el desagradable sentimiento que a momentos me devoraba los pensamientos, pues el olvido esconde un rencor dormido que impide que recordemos con cariño.
Mi gran y única amiga, Teresa, me acompañó en cada paso y en cada necesitad insatisfecha. Ella, la eterna estudiante de una oposición que nunca llegaba, me distraía del miedo y la incertidumbre que me provocaba el pensar en ti. Se desnudaba ante mí mostrando sus sentimientos por aquella interminable espera que le impedía emprender todas aquellas actividades que programaba para después de los exámenes.
Lucas tenía muchos amigos. Parecía que los coleccionaba. Nuestro matrimonio le despertó un deseo, inexplicable para mí, de compartir momentos con ellos. Reservaba la noche de los sábados para alternar con los que para él eran su otra familia. En un principio, era tal la magnitud de incomprensión que experimentaba por su actitud, que me llevaba a mantener largas discusiones con él. Una mañana me desperté pensando en ti, Destino, y confiada creí en que me devolverías el tiempo que él había renunciado a estar conmigo.
Cuando comentaba a Teresa mi frustración, ella se mostraba indignada; algo que me hacía encolerizar mientras esperaba, en aquellas horas oscuras, el regreso de Lucas a casa. Uno de esos sábados recogí mis cosas y aparecí golpeando con timidez la puerta de la casa de mis padres. No los noté excesivamente sorprendidos.
—¿Qué pasó, hija? —pronunció mi madre en un tono entre un poco de simulada angustia y otro poco de satisfacción.
Les expliqué solo lo que era capaz de pronunciar. Es difícil verbalizar algo cuando todavía te asola el dolor por ello. Les encantaba tenerme bajo su mando. Parecían triunfantes ante mi reacción. Esa sensación de poder que conservaban conmigo se había reforzado con la humildad de mi último acto.
Viví el último tramo de mi embarazo en la misma casa que había pasado mi infancia y mi adolescencia. Era triste el pensar que todavía me sentía una adolescente. Aún no sabía lo que había perdido por la imprudencia de aquella, ya lejana y casi olvidada, tenue noche de lujuria en la que me dejé arrastrar por la pasión sobre la arena de la playa. Ni si quiera di la oportunidad a Lucas de convencerme para cometer aquel acto imprudente. Fui tan culpable como él, aunque la condena que sentía aquellos días no era la misma para los dos.

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